Los ingredientes del amor

Autoras: Graciela Hernández Morales y Mª Jesús Cerviño Saavedra.

Para ayudar a que nuestro alumnado pueda vivir sus relaciones amorosas con libertad y sin violencia, hace falta que hayamos hecho una revisión de nuestras propias ideas sobre qué es el amor, ya que ser una persona adulta no es garantía de estar libre de estereotipos y de mitos. De tal modo que el deseo de educar en el amor nos puede ayudar a vivir nuestras propias experiencias amorosas con más libertad. 

El amor surge en la propia relación. Se da cuando, además de la atracción, ganas de estar cerca y gusto al tocar la piel de determinada persona, hay también entendimiento, aceptación y apertura. Estos ingredientes hacen que una simple atracción o un gran flechazo puedan convertirse en una historia de amor.

El amor, por tanto, no es algo que dura toda la vida por arte de magia. Su duración y profundidad dependerá de lo que una relación sea capaz de generar. 

El amor es algo en movimiento que se presenta de una manera única en cada instante y en cada relación. Es creación, es el arte de abrirse a las experiencias y a la singularidad de cada persona, hacerse presente ante el otro o la otra y mantener viva la relación. Por todo ello, intentar cambiar a la persona a la que amamos o rechazar lo que le hace vibrar mata la posibilidad de relación e intercambio. 

Para aprender todo esto, es importante que las alumnas y los alumnos aprendan a VER a las personas que quieren. Esto significa no dejarse atrapar por una idea prefabricada sobre esa persona que no les permita iniciar la aventura de descubrir realmente, sabiendo que habrá cosas que les resulten atractivas y otras que les resulten difíciles de compartir. Esto implica llevar el corazón a terrenos concretos, relacionarse con una persona real y no con lo que la niña o el niño quieren que sea esa persona. 

Esto significa también, una vez más, que los chicos se disponen a enriquecerse con lo que son y hacen las chicas, que las chicas no magnifiquen ni idealicen la experiencia de los chicos para poder acogerla en su vertiente real, que los chicos aprendan a dejar la jerarquía fuera de sus relaciones y que las chicas sepan que son dispares entre sí. Y que unas y otros no rechacen la posibilidad de una relación amorosa con alguien de su mismo sexo.

Es fundamental que, desde ahí, desde la singularidad concreta de cada chica o cada chico, unas y otros aprendan a sacar el mayor jugo a sus relaciones, sin aceptar o justificar aquello que les hace daño. Tienen que saber que el amor no es un ente abstracto que todo lo cura, sino algo que se pone en las relaciones y que es incompatible con el maltrato o la violencia. 

Esto no significa que una relación amorosa se caracterice por la ausencia de conflictos, dificultades o altibajos. Lo que la caracteriza realmente es la forma de afrontar estas situaciones.

Cuando hay comunicación, interés por aprender del otro o la otra y ganas de expresar lo que se siente sin hacer daño, los conflictos y las dificultades pueden ser oportunidades para profundizar aún más en la relación. 

Cualquier relación amorosa supone respetar, dar importancia a las necesidades y opiniones de la otra persona, saber compartir, dar cariño, estar atento o atenta a lo que le pasa al otro o a la otra. Pero esto no significa olvidarse de sí; es necesario tomar en serio también aquello que sentimos, que deseamos y necesitamos. Esto significa dotar a la relación de las condiciones necesarias para crear un pequeño proyecto que nazca del intercambio real, o sea, de un intercambio donde nadie se crea la medida de todas las cosas y en el que quepa la discrepancia y la diferencia. 

En definitiva, las relaciones basadas en el amor permiten que cada cual despliegue su singularidad, sea cada vez más libre, no sienta la necesidad de fundirse con el otro o la otra, es decir, permiten que cada ser humano se enriquezca en la relación, sin dejar de ser y de estar con todo lo que es o va siendo. 

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