Ignorar los mensajes de nuestro cuerpo, ¿otra forma de violencia?

Cada 25 de noviembre comenzamos a escuchar sobre las violencias. Los discursos se llenan de lazos morados, mezclados con el negro del Black Friday. Pero a partir del 26 de noviembre, volvemos a la gama monocromática de siempre. 

El 25N recordamos que luchar para erradicar la violencia hacia las mujeres ha de ser un trabajo diario que se transmita desde todos los lugares.

Quienes nos seguís desde hace tiempo, sabéis que nos gusta enfocarnos también en los placeres, ya que creemos que una educación sexual basada en la responsabilidad afectiva, la información coherente y las ganas de explorar y explorarse con cariño y empatía, protege y previene.

Pero esto no siempre es fácil, aún vivimos en un mundo con muchos condicionamientos alrededor de nuestras prácticas, esos mensajes que, sin a veces darnos cuenta, nos susurra nuestra mente y los transforma en “deberías”. Debería sentir más placer, debería gustarme eso, debería apetecerme más, debería acceder a esto…

Estos mandatos acaban violentando a nuestro cuerpo, (y también puede que al ajeno) y a la forma en la que nos relacionamos con el placer. 

Por eso queremos hablar de la importancia de la escucha corporal. Nuestro cuerpo posee una infinita capacidad de comunicarse. Nos habla, todo el tiempo, y de formas muy distintas. A veces nos susurra, nos intenta decir que eso no nos está gustando, que no está preparado, que sencillamente hoy no le apetece lo que ayer sí; otras veces nos grita y se bloquea, como una forma de protección.

Nuestro cuerpo tiene memoria  y funciona como un mapa que nos guía a través de aquello que necesita y prefiere. Para poder escuchar nuestro cuerpo, es importante mantener una actitud receptiva, aunque no siempre nos resulta fácil. A veces podemos tener una buena escucha del cuerpo, pero nos cuesta verbalizarlo, ponerle palabras, exponerlo a la otra persona…

La finalidad de cualquier práctica erótica siempre debería ser la búsqueda del placer, no un placer únicamente orgásmico (aunque también puede incluirse) sino el placer entendido en su máxima expresión. 

Para que el placer se expanda por el cuerpo, necesitamos que haya una relajación interior, una confianza ¿hacia la otra persona? Por supuesto, pero no es la única. No es necesario decir que si el encuentro es compartido, la integridad y el respeto tienen de ir de la mano, pero nunca sabemos qué o cómo reaccionará la persona que tenemos delante*, que nos propondrá, que le apetecerá, cuáles son sus placeres y cómo nos sentiremos… 

Atrevernos a hablar, a comunicar, a expresar es un gran reto que no se aprende de la noche a la mañana. Hacernos preguntas del tipo: ¿Me apetece eso que me propone? ¿Qué está sintiendo mi cuerpo? ¿Qué me dicen mis tripas? Son preguntas que pueden ayudarnos a aprender a confiar en lo que me dice mi cuerpo. 

Claramente aquí hay un sesgo de género, las personas que hemos sido socializadas como mujeres, no hemos recibido mucha educación respecto a los placeres, por suerte esto está cambiando, y la tarea a veces se hace más compleja, porque puede que primero hayamos de aprender a disfrutar

No tenemos por qué saber de qué manera nos gusta vivir nuestro disfrute, lo importante, es darnos espacio y tiempo para explorarlo.


Autora: Marta Hernando del Otero

Ilustraciones: Werokina Marianna

*(en ningún caso nos referimos a violencia sexual)

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